La historia cuenta la vida de Edith, una pequeña cazadora de nivel medio que tiene el deseo de vivir aventuras y conocer mundo, pero un viaje inesperado le hará descubrir que no todo puede ser tan bueno como cree. Esta es la Tierra de partida.

viernes, 23 de marzo de 2012

Capítulo 4.

Una de las cosas que le daban más coraje al chico eran los empujones de las personas en el mercado, nisiquiera le dejaban acercarse a los pequeños puestos para mirar, y para colmo, a pesar de ser primavera el sol picaba bastante.
Lo que más llamaba la atención eran los grandes electrodomésticos y demás aparatos tecnológicos que habían salido hace nada a la venta, los tenían de exposición en una caseta cubierta para protegerlos del clima, y eran muy caros. Muchas personas solo podían imaginarse cómo sería su vida con eso, pero otras tenían tanto dinero que serían capaces de comprar lo que les viniera en gana. Un claro ejemplo era su madre, quien observaba todo desde la altura de sus tacones con bastante energía, le apasionaba ir de compras, pero para su sorpresa, la mujer no mostraba interés alguno por esos caros productos, como si ya los hubiera visto miles de veces, simplemente se acercaba a los puestos que ofrecían comida o especias extranjeras, perfumes recién importados y algunos muebles modernos para la casa. Se podían tirar alli horas y horas.


- ¡Tada! - Una chica se acercó corriendo a Tadashi con una gran sonrisa en los labios. No le hizo falta comprobar de quién se trataba, ya que solo una persona lo llamaba así.

- Saki, ¿también has venido a comprar? ¿No decías que no te gustaba ir a estos sitios?

Saki Harada siempre había sido la pequeña alegría de su clase, era capaz de contagiarle la sonrisa con tan solo esbozarla y compartía muchas de sus aficiones. Solía vestir con colores vivos y se recogía el pelo castaño en dos coletas bajas. Lo que más le resultaba curioso al muchacho era el pequeño hueco redondo que tenía en la punta de la nariz, producida por rascarse la varicela de pequeña.
Sin embargo, su hermano Ryoku Harada resultaba ser todo lo contrario, dos años mayor que ellos pero inmaduro a más no poder, era demasiado sobreprotector con Saki y veía a Tadashi como una amenaza constante para ella. A pesar de eso, no se le veía mal tipo.

- Mi padre nos ha obligado a venir, dice que había una exposición importante y quería verla, después nos ha prometido llevarnos al Circo del Miedo, ¿quieres venir? - La muchacha le cogió de las manos con ímpetu, en su mirada color miel se reflejaba un brillo de emoción. A todos los niños les encantaba el Circo del Miedo, se celebraba cada dos años, en la época entre Abril y Mayo, Tadashi solo había asistido una vez con su padre y era muy espeluznante, algunos incluso decían que los miembros de aquel circo estaban poseídos y que les gustaba atraer a los niños para robarles el alma, pero eso para el chico solo eran cuentos de viejas.

- Es que... madre no me dejará ir, no le hacen gracia esas cosas. - Hizo una pausa para observar la cara de desilusión que puso Saki.- ¿Me traerás un recuerdo? Alli se suelen vender souvenirs, y prometo que mañana estaré todo el día contigo.

- Es una promesa, ¡si la rompes te saldrán hongos detrás de las orejas! - Ella extendió el dedo meñique para entrelazarlo con el de Tadashi, una tradición muy común en Japón para dar más seriedad a las promesas que se hacían.- Mañana podemos quedar en el parque Nagai, hace tiempo que no lo visitamos, te viene bien después de clase, ¿no? - Saki escuchó la voz de su hermano que la llamaba a lo lejos, señal de que no le concedía ni un segundo más con su amigo. Ella lo abrazó con cariño y después se despidió de la señora Tanahashi, la cual seguía mirando productos raros, de una manera bastante más formal.
Se quedó mirando cómo la chica se alejaba de alli y se metía entre la multitud de gente, y sin creerlo demasiado, se dio cuenta de que Ryoku hizo un gesto con la mano a forma de saludo. Tadashi sonrió de medio lado y se acercó de nuevo a su madre, que parecía haber estado ausente a la conversación entre ambos en todo momento, ¿qué la tenía tan interesada? Su pregunta fue respondida cuando Oyuki se giró y le cogió de la mano para alejarse de allí, había metido en una pequeña bolsa un reloj de bolsillo dorado, con una fina cadena y una carpa Koi grabada en la parte delantera. Se veía un extraño obsequio para una mujer, así que pensó que sería un detalle para su padre, a lo que el chico se entusiasmó ante aquella idea, le gustaba que en su familia tuvieran regalos entre sí, y más después de haber tenido una discusión.

Las conversaciones fueron triviales, como casi siempre, pero al menos se la veía más animada. Hizo las compras que vio necesarias y algún que otro capricho, a Tadashi solo le había llamado la atención un pequeño robot japonés de tecnología inteligente que se exponía en las carpas interiores, era demasiado pequeño para tener alguna utilidad más que hacer compañía a los niños y decir algunas frases sueltas, pero le encantaba, y era el más barato de alli, aunque hubiera costado 5000 yenes. Tenía una cara graciosa y dos antenas en la cabeza que parecían orejas de gato, se movía por unas pequeñas ruedas en la parte inferior del cuerpo, que era todo blanco a diferencia del rostro negro y sus ojos azules. Las pequeñas pinzas a sus lados se asemejaban a unos brazos articulados, y no era mucho más grande que las manos de Tadashi, era perfecto, siempre había querido tener algo parecido a una mascota, pero sus padres no le dejaban tener seres vivos en casa. Bueno, sí, tenían una gran pecera en el centro de la biblioteca, extraño sitio para poner a unos peces, pero el moreno se aburría de verlos todos los días, no tenían una vida demasiado interesante.


Estaba atardeciendo ya, en el cielo se amontonaban algunas nubes grisáceas que tenían pinta de cargar con mucha agua y tanto madre como hijo salieron del mercado, dirigiéndose hacia los aparcamientos, donde les esperaba Kinzo dormido en el asiento del conductor. El joven salió de sus contínuos pensamientos cuando la mujer le hizo pararse a medio camino.


- No he podido hablar contigo de lo que tenía que contarte, así que para un momento. - Oyuki se agachó frente a él, haciendo rozar las bolsas contra el suelo, su rostro no parecía inmutado pero en su mirada se podía ver un brillo de preocupación que no le inspiró confianza a su hijo.- Tu padre y yo llevamos un par de meses decidiendo si hacer este cambio, es una idea que choca mucho con el aspecto de la casa, pero hemos estado mirando catálogos y... vamos a cambiar a las criadas por máquinas inteligentes.

- ¿A todas? Pero si esas máquinas son muy caras y se estropean enseguida, ¡las criadas son mejores! - Genial, su madre se había empeñado desde el primer momento en destruir todo su mundo, y lo había conseguido. No podía creer que incluso su padre estuviera de acuerdo en ese estúpido plan, lo que más le dolía era la idea de perder a Aiko para siempre, ahora entendía porqué la chica estaba tan decaída aquella mañana.-

- No, el amigo de papá nos hace una oferta especial en un kit de quince de esas máquinas. Las criadas se cansan y se hacen mayores, ya no cumplen con sus labores de la misma forma que antes... y cuesta mantenerlas. - La mujer le acarició el brazo para intentar consolarlo, sabía lo duro que sería aquello para su pequeño niño, se acercó a él para abrazarlo, una de las pocas muestras de cariño que le ofrecía a Tadashi, una muestra de cariño que fue rechazada por el joven inmediatamente.- Escucha, la mayoría de ellas está pensando en buscar una vida propia, fuera de nuestro hogar, tienen planes de casarse y formar familias, tres de ellas... ya han presentado su retiro. No podemos obligarlas a quedarse y así nos ahorraríamos tantos gastos de comida y alojamiento.

- ¿Y Aiko? Ella es joven, muy joven, ¿por qué quieres echarla? - Sus ojos comenzaron a picarle de forma molesta, lo que quería decir que amenazaba con romper a llorar, tragó el nudo que se formó en su garganta y aguantó un poco más, esperando la respuesta de su madre.-

- Es una de esas tres que te he dicho, se va a estudiar al extranjero... - Hizo una pausa para suspirar.- Estaba ahorrando todo el dinero de sus pagas para poder hacerlo.

Traicionado, así es como se sintió Tadashi al escuchar aquello, ¿a su criada favorita, a su hermana, le interesaba más el extranjero que él mismo? Su cerebro no lo aceptaba, debía de ser una pesadilla de muy mal gusto.

Por acto reflejo se alejó de la mujer como si su sola presencia le quemara por dentro, las lágrimas que había estado conteniendo asomaron por sus ojos y se deslizaron sobre sus mejillas, se percató de que Kinzo había salido del coche y esperaba apoyado en el maletero, observando la situación con cara indiferente, ya que sus gafas oscuras ocultaban todo tipo de sentimientos. Sus débiles piernas reaccionaron y salió corriendo de allí tan rápido como pudo, con su amigo robot entre los brazos, y ante el asombro de los dos mayores.
El chófer lo siguió y en un par de ocasiones le había agarrado del chaleco, pero Tadashi se las ingenió para esquivarlo y perderse entre la gente y los puestos. El chico no pensaba en otra cosa que no fuera en correr y más correr, era lo más que se había movido en toda su vida y tenía que ir con la boca abierta porque le costaba respirar. Tanto adultos como niños lo miraban extrañados, tenían que hacerse a un lado si no querían ser arrollados por Tadashi, dos o tres personas soltaron algunos improperios al no tener tiempo para apartarse, pero eso al chico le daba igual, no existía nadie más a su alrededor, solo estaban él, su amigo y su tristeza.

Cuando se aseguró de que había conseguido despistar a Kinzo, se apoyó en la pared de un humeante callejón, junto a un gran contenedor y bajo la mirada curiosa de un gato que se alejaba de allí rápidamente. Se llevó la mano al pecho, no sabía si le dolía tanto por el esfuerzo de correr o por el impacto de la noticia, en ese momento lo único que hizo fue deslizarse hacia abajo por la pared y acabar sentado en el suelo, apoyando la frente en sus rodillas y derramando incontables lágrimas que le sonrojaban las mejillas.

De pronto, sintió cómo algo se movía dentro del contenedor, lo que le obligó a alzar la vidriosa mirada, empezó a pensar que un callejón oscuro no era el escondite más indicado para un niño de trece años, gimoteó un par de veces y se secó los ojos con la manga de su chaleco. Tenía miedo, se aferró al robot inerte y tragó saliva, el contenedor no estaba cerrado del todo, así que Tadashi se levantó y se acercó para ver solo un poco por aquella rendija, solo un vistazo y se iría corriendo si hacía falta. Observó que la basura se removía levemente, ¿sería otro gato o tal vez algún vagabundo bien escondido? Sin apenas atreverse a respirar abrió el contenedor de golpe, obligado por su estúpida curiosidad, todo se quedó en silencio y lo que antes se movía dejó de hacerlo repentínamente. Una manza mordisqueada rodó hasta quedar visible a sus ojos, allí no había nada más. Tadashi frunció el ceño y dio una fuerte patada a aquella lata verde y gigante llena de porquería maloliente. El sonido del choque rebotó en las paredes y creó un siniestro eco que lo asustó un poco, cuando se disponía a cerrar el contenedor algo que parecíó salir del habitáculo lo empujó hacia atrás, tirándolo al suelo violentamente. Aquellas huellas, vio aquellas huellas de animal otra vez, que se alejaban hacia el exterior del callejón, fuera lo que fuese era casi invisible a ojos del chico, solo consigió ver un reflejo translúcido que corría ágilmente a dos patas y se perdía entre el humo de los coches y demás calles estrechas.

- ¿Q-qué demonios era eso...? - La curiosidad venció al miedo de nuevo, y tan pronto como se puso de pie echó a correr en dirección a donde había desaparecido aquel reflejo, ya estaba harto de aquellos sucesos extraños a su alrededor, aunque en esa ocasión se lo había buscado él solo. En mitad de la carretera el conductor de un coche tocó el claxón al tener que dar un frenazo para no arrollarlo, Tadashi se disculpó en la distancia, no pensaba pararse.
Apenas podía ver a aquella sombra o fantasma, o lo que fuese en realidad, pero seguía las huellas que solo él parecía poder ver, además la criatura chocaba con todo lo que había en las calles así que no era demasiado dificil seguirle el rastro al animal, salvo por los contínuos cambios de dirección repentinos al sentirse perseguido y su constante dolor en el pecho, se estaba excediendo en correr, pero no le importaba.

El ser invisible acabó conduciéndolo al parque Nagai, un sitio bastante amplio en el que sería dificil seguirle la pista, de hecho, ya se la había perdido. Maldijo por lo bajo y miró hacia todos lados, estaba bastante oscuro para poder ver con claridad, y lo único que se escuchaban eran los grillos agazapados en la hierba y las voces de unos adolescentes que estaban sentados en un banco cercano. Pensó que lo mejor que podía hacer en aquellos momentos era volver por donde había venido y no llamar demasiado la atención, pero uno de los chavales se levantó y se acercó a él, con una risita fastidiosa.

- ¿Qué haces aqui solo? ¿Tus padres no te han enseñado que es peligroso? - Tadashi se dio cuenta de que el que le había hablado era uno de los más delgaduchos en comparación con sus compañeros, ¿sería el lider? Porque muy fuerte no se le veía, pero sí que tenía iniciativa para meterse en problemas, tal vez era eso lo que buscaban los matones de barrio.- ¡Venid a ver esto, tiene una máquina inteligente! - El mayor cogió de la redonda cabeza al robot y tiró de ella para quitárselo al joven, pero Tadashi se resistía.-

- ¡Suéltalo, es mi amigo! - Respondió él ante la burla de todos. Eran cinco contra uno, y no parecían tener intención de dejarlo marchar, menos aún si le habían echado el ojo a su adquisición de 5000 yenes. Consiguió abrazar al robot con fuerza, obligando al matón a soltarlo. Tadashi sintió a alguien que se acercaba por detrás y lo cogía con fuerza en brazos, uno de los más fuertes lo tenía sujeto para que no se escapara y el chico lo único que pudo hacer fue dar patadas a todo lo que se pusiera por delante.

- ¿Y si lo tiramos al agua? Al menos para que se lave, que está sucio. - Otros dos de los que lo rodeaban le cogieron de las piernas y comenzaron a caminar por un pequeño sendero arenoso que llevaba al lago del parque. Las lágrimas de Tadashi comenzaron a agolpar de nuevo sus ojos, ¿en qué momento decidió separarse de su madre y meterse en tantos líos? Deseaba estar entre los brazos de su padre o en la cama a la espera de que Aiko llegara y le empezara a leer el libro que le había regalado, deseaba retroceder en el tiempo y no haber sido tan estúpido como para ir solo por la ciudad. Notó que los mayores se pararon en seco, estaban en la orilla del lago y empezaron a balancearlo para tirarlo al agua, sin ningún remordimiento. Pero el escándalo que había formado al estar gritando para pedir auxilio llamó la atención de un guardia que pasaba por allí y que iluminó la escena con una linterna.-

- ¡¿Qué haceis?! ¿Vosotros aqui otra vez? ¡A la próxima que os vea en el parque os llevo a la comisaría!

El pequeño cuerpo de Tadashi impactó contra el suelo, mientras veía cómo los chulitos se marchaban con solo unas palabras del hombre, al parecer no eran tan valientes como alardeaban ser. Soltaron algunos insultos mientras se alejaban por el camino de tierra y los observó hasta que desaparecieron entre la oscuridad del parque. El guardia lo ayudó a levantarse y le revolvió el pelo en un vano intento por tranquilizarlo.


- ¿Estás solo? Vamos a ir a llamar a tus padres para que te recogan, no puedes andar por ahí a estas horas con algo tan caro entre los brazos.

- No, estoy bien... mi casa está cerca de aquí, sé llegar solo. - Tadashi actuó como si fuera alguien fuerte que no necesitaba protección, pero en realidad estaba muerto de miedo, además lo último que quería era ver la cara de su madre mientras le regañaba.

- Bueno pero al menos te acompañaré hasta la salida del parque, no vaya a ser que te encuentres de nuevo con esos niñatos. - El guardia le cogió de la mano, al chico le dio algo de vergüenza, porque no tenía ocho años para ir agarrado de esa forma a alguien, pero aún así mantuvo la boca cerrada durante todo el camino, mirando al suelo y sin rechistar. Tropezó un par de veces porque tenía las piernas adoloridas de correr y de los apretones que le habían dado aquellos chavales al agarrarle, pero por suerte llegaron rápidamente a la salida, donde se despidió del guardia amablemente, bastante agradecido por haberle salvado.

Ésta vez sí cogió rumbo a casa, muy pendiente de por dónde iba y con quién se cruzaba, no se fiaba de nadie, pero dio las gracias de que aún hubiera gente transitando en la calle debido al mercado, que seguramente ya habría cerrado sus puertas, también estaba el hecho de que el Circo del Miedo atraía a muchos curiosos, y estaba cerca de aquella zona residencial, así que había un jaleo incesante de fondo por todos lados. Lo malo es que notó algunas gotas de lluvia cayendo sobre él, así que no tuvo más remedio que guardar bajo su chaleco al pequeño robot.



- Lo hemos buscado por todas partes, señor Tanahashi, algunos del mercado afirman haberlo visto correteando de un sitio para otro, pero nadie sabe hacia dónde se dirigía. - Dijo uno de los policías que paseaban por el salón de la gran casa, guardándose el comunicador en el cinturón bajo la mirada de Taichi y Oyuki.

- Pero no puede haber ido muy lejos, es solo un niño que no llega a los quince años... ¿Han mirado en todos los parques, las tiendas o incluso en la zona del circo? - El anfitrión de la casa se mostraba apagado y decaído, no podía imaginarse que le pasara algo malo a su niño, miró a su esposa que tenía claros indicios de querer echarse a llorar, pero sabía que su orgullo se lo impedía. Ese estúpido orgullo que no justificaba el no querer compartir el dolor por la pérdida de su hijo. Se sintió impotente, les habían dicho claramente que no salieran de casa por si Tadashi volvía, pero era absurdo no querer hacerlo.- ¡Entiendan que no se ha tomado sus medicinas!

De pronto, el timbre de la entrada retumbó en todas las paredes de la casa e hizo que el hombre diera un respingo en el sillón y se levantara rápidamente, la puerta se abrió y los sollozos de Aiko comenzaron a escucharse entre tanto silencio y expectación. Cuando su padre se asomó vio al chico abrazando de forma un tanto posesiva a la criada, una sonrisa de alivio apareció en sus labios, a parte de estar empapado no parecía ocurrirle nada más. Lo único que pudo hacer en esos momentos, olvidándose de la debida regañina que tendría que soltarle, fue arrodillarse junto a él y abrazarlo también. Sin embargo, su madre no parecía estar por la labor, ni siquiera se había movido del sillón, su mirada estaba perdida y solo respondió con un "gracias" cuando los policías se despidieron de ella.

- Procuren que no se vuelva a escapar a estas horas, en las épocas de fiesta la gente se vuelve un poco más salvaje de lo habitual, suerte que no le han hecho nada al pequeño.

- Muchísimas gracias, les damos nuestra palabra de que lo cuidaremos mejor... ¿Quieren quedarse a...? - El señor Tanahashi tuvo que cortar su pregunta porque sintió un peso muerto sobre sus brazos, el chico se había desmayado, estaba mojado y con la ropa sucia y para empeorar la situación no es que respirara adecuadamente. Lo cogió en brazos, y con ayuda de Aiko subieron las escaleras, mientras que otra criada les cerraba la puerta a los policías. Cuando llegaron al segundo piso, el hombre mostró su frustración.

- ¿Lo puedes creer? Su hijo ha vuelto y ni se ha movido del asiento, ¿qué le pasa por la cabeza a esa mujer? - Trataba de ser lo más silencioso posible para no empeorar las cosas en la relación con Oyuki, llegaron a la puerta de la habitación de Tadashi y Aiko destapó la cama, con la mirada gacha.-

 - Entiendo por lo que debe estar pasando la señora, creo que se siente culpable por lo que ha ocurrido esta tarde, porque... es una noticia algo impactante para él. - La muchacha removió la almohada para que se quedara mullida e inmediatamente se acercó para ayudar al hombre a quitarle el chaleco y la camisa, notando algo duro debajo de las prendas, Tadashi aún seguía aferrado a aquel robot. Su cuerpecillo redondo y metálico estaba algo húmedo pero el delantal blanco del traje de criada sirvió para secarlo, después de eso, dejaron al "juguete" en el escritorio y centraron toda su atención sobre el joven, que ahora respiraba con ayuda de una bombona de oxígeno al lado de su cama.- Cada día está peor... y hoy ha hecho mucho esfuerzo... ¿es normal que tenga tantos problemas respiratorios solo por una angina?

- Los médicos dicen que es normal que le duela el pecho al hacer algún movimiento brusco, pero... no que afectara tanto a su respiración. - Suspiró preocupado, apoyando la cabeza sobre sus manos.- Como es normal, esa enfermedad no le permite tener el oxígeno necesario, ¡pero es la primera vez que se desmaya!

- Señor, estoy segura de que se pondrá bien, ahora necesita descansar, mañana me levantaré temprano para suministrarle la medicina. - La joven criada cogió del brazo al pobre hombre y lo ayudó a levantarse de la silla en la que se había sentado junto a la cama, cuando salieron por la puerta, y antes de cerrarla, Aiko dirigió una última mirada a Tadashi llena de cariño.-


                                                                             -

El sonido de la incesante lluvia primaveral repiqueteaba una y otra vez el cristal de su ventana, sentía las articulaciones oxidadas y al respirar hacía un sonido desagradable a causa del aparato al que estaba conectado. Toda la habitación era completa oscuridad, a excepción de las sombras que se reflejaban en la pared del cuarto, por una extraña razón Tadashi estaba bastante nervioso. Cerró los ojos por un momento, intentando concentrarse en no tener miedo al silencio, de pronto, notó cómo una brisa bastante fría le rozaba la mejilla y las gotas de lluvia se colaban para acabar en el suelo del interior, no tuvo más remedio que girar la cabeza para observar que, una extraña figura se acercaba a su cama. No lograba ver con claridad de quién se trataba, solo era capaz de percibir unos ojos amarillentos que lo miraban fíjamente. El reloj de cuco que se encontraba colgado sobre el escritorio marcó las doce de la noche, y el pájaro de madera salió de su agujero para quedarse suspendido en el aire durante un buen rato, sin volver a esconderse. "Tic, tac, tic, tac, tic, tac...", aquella voz le dio miedo, y a cada "tic, tac" que pronunciaba avanzaba un par de pasos, hasta que finalmente Tadashi sintió un peso sobre él. Aquella figura lo observaba desde arriba con aire de indiferencia, hasta que algo desvió su atención.



- ¿Señorito, qué es lo que ocurre...? - Aiko había entrado en la habitación, con un camisón blanco, el chico intentó advertirle pero apenas podía moverse o articular palabra. En un abrir y cerrar de ojos la misteriosa figura dio un salto casi magistral desde la cama hasta la hermosa criada, le deshizo la trenza en un brusco tirón de pelo que le hizo quejarse de dolor y cuando tuvo su cuello a la altura adecuada, le mordió en la garganta como un animal salvaje. La sangre salía a borbotones y la sombra de aspecto femenino se relamió satisfecha, dejando un reguero de gotas carmesí en el suelo y sobre el camisón de Aiko.


                                                                                -

Humedad, es lo que sintió en los ojos cuando los abrió, el miedo se le había quedado en el cuerpo, odiaba tener aquel tipo de sueños, o más bien pesadillas. Miró el reloj, que por suerte tenía el pajarito guardado, eran las tres de la madrugada. Tadashi se estiró en la cama, más relajado, y se encontraba mucho mejor, así que se quitó la mascarilla transparente y la dejó en la mesita de noche, apagando después la bombona de oxígeno.

Un aire frío le rozó la mejilla de forma familiar, lo que le obligó a mirar a la ventana, estaba abierta. Entornó los ojos en aquella oscuridad, algo sorprendido y asustado, e intentó ver si había alguien allí dentro. Pero no podía quedarse parado, el chico salió de la cama, y descalzo se fue acercando a la ventana, asomó un poco la cabeza, se preguntaba si vería a la silueta de su sueño por el jardín, pero por suerte no vio nada.

- Necesito descansar algo más... - Tadashi se metió de nuevo y cerró la ventana, todo se quedó en silencio. Esperaba que ocurriera algo que le sobresaltara o que le diera un vuelvo al corazón, también rezaba porque Aiko no apareciera por la puerta, si le pasara eso...



Un ruido sordo se escuchó dentro de su armario, como si alguien se hubiera metido para remover sus cosas, el cuerpo entero le tembló. Tragó saliva y cuando avanzó un par de pasos, tuvo que agarrarse a la cortina para no caerse al suelo, se encontraba extrañamente embarrado, así que Tadashi saltó para esquivar lo resbaladizo y fue directamente hacia el armario, acabaría con aquella tontería pronto. A pesar de eso, tardó un par de segundos en decidirse si abrir las puertas del mueble o no, ¿y si lo que hubiera dentro le atacaba o le hacía lo que a su querida hermana? ¿Por qué le tenían que pasar esas cosas a él? ¿Hizo algo malo en otra vida y ahora se lo estaban haciendo pagar? Esas preguntas se quedaron sin resolver, porque cuando abrió la puerta del armario, y la oscuridad lo envolvió, se percató de que, entre la ropa, había una chica traslúcida de mirada perdida y asustada, y de un aspecto bastante peculiar.

- Fín del capítulo 4.-

domingo, 4 de marzo de 2012

Capítulo 3.

El libro de la tapa azul, aquel que le gustaba tanto y que había leido más de cinco veces, su autor era británico, pero hacía mucho tiempo que residía en Japón. El título estaba borroso y las páginas amarillentas, pero se distinguía en letras doradas "Los viajes del otro yo", escrito por William Saltworks. Estaba tan concentrado en su lectura que era capaz de terminárselo esa misma noche, solamente iluminado por la luz de la vela de su escritorio.

Era un chico muy tradicional comparado con sus compañeros de clase, le encantaba el arte antíguo, ya que para él, el nuevo carecía de vida y de sentido, a menudo se burlaban de su incapacidad para la tecnología pero no sentía la necesidad de estudiar sus usos, reconocía que estaba muy atrasado en el tiempo y que tal vez había nacido en la época equivocada, pero ¿acaso importaba? Él era feliz con lo que tenía. Cerró el libro, no le apetecía leer más, quería moverse aunque fuera muy tarde, sobretodo quería saltar, pero le dolían las piernas y la espalda. El muchacho se levantó de la silla y sopló a la vela débilmente para que su llama se extinguiera, ese pequeño detalle fue algo que le dio que pensar durante unos instantes, incluso cuando abrió la ventana de su cuarto y dejó que algunas gotas de lluvia le salpicaran en las mejillas. Miró al cielo, pero estaba encapotado, solo se veían un par de estrellas sobre las rojizas y nocturnas nubes, y más allá se alzaba un humo grisáceo y áspero procedente de las fábricas a las afueras de la ciudad. Bufó ante tal panorama y cerró con coraje, echando las cortinas de color verde para no ver nada más, pensaba que esos trozos de tela resultaban ser horribles pero su madre le repetía constantemente que eran muy "bonitas".

De un momento a otro, el chico se encontró saltando sobre la cama, los muelles hacían bastante ruido pero le daba igual. Sentía cómo su respiración se iba agitando y sus extremidades oxidadas gritaban, eso fue lo único interesante que le había pasado aquel día y lo repetiría mil veces si era necesario, pero de momento se le acabó la diversión al ver que la puerta del cuarto se abría bruscamente, dejando paso a una mujer morena y esbelta, su rostro reflejaba un deje entre preocupado e indignado, eso hacía que las arrugas se le marcaran más de lo necesario para una señora de 43 años, hermosa a la vista de muchos y adinerada.

- ¡¿Qué se supone que haces Tadashi!? - Gritó su madre alterada mientras se acercaba a la cama y cogía al chico del brazo.- Sabes que no puedes hacer eso, ¿por qué eres tan desobediente?

- Lo siento, madre, solo estaba saltando... - La chillona voz de la mujer le interrumpió como siempre hacía, por desgracia ella era muy observadora y se dio cuenta de que, por el olor a vela recién apagada, había estado leyendo a altas horas de la noche. Ésta se acercó al escritorio y cogió el libro de la tapa azul de mala gana, lo que hizo que Tadashi se pusiera tenso.

- Por hoy te confiscaré el libro, si mañana te portas mejor te lo devolveré, ¿entendido? - Ni un triste beso de buenas noches le dedicó a su primogénito antes de salir de la habitación, solo le acompañó durante toda la noche el perfume ácido de su madre y el irremediable temor por aquel cuento que le gustaba tanto. El chico se metió bajo el grueso edredón y fue cerrando los ojos, maldiciendo una y otra vez la penosa vida que tenía.

Las escaleras de caracol se iban retorciendo cada vez más a medida que sus pies lo llevaban hasta lo alto, las paredes de un intenso color ocre estaban adornadas con relojes de todos los tamaños y las formas, produciendo un incesante tic tac que le taladraba el cerebro.
Escuchaba una voz al final de las escaleras, la voz de un niño que no dejaba de repetir su nombre, "Tadashi... Tadashi... ayúdame Tadashi...". Le costaba respirar, no sabía cuántos escalones había subido ya pero se le estaban haciendo insoportables, a veces tenía la sensación de que el corazón le iba a explotar de un momento a otro, pero cuando tenía intención de parar algo le empujaba para que siguiera.
Una vez llegó arriba del todo se encontró al que lo llamaba incansablemente, de espaldas a él y sollozando. ¿Era el típico sueño de miedo en el que salía un niño o una niña de espaldas y cuando se daba la vuelta le daba un susto de muerte? Si era así, Tadashi pensaría que sus sueños estaban bajando de categoría.
El pequeño siguió la primera pauta, se giró lentamente, pero no parecía muy peligroso, sin embargo sus manos formaban un nido que protegían algo brillante de luz azulada. El niño dejó caer aquello que brillaba haciéndolo rodar por las escaleras hasta llegar a Tadashi, al principio lo confundió con algo esférico y pesado, pero cuando el objeto llegó a chocar con su pie se dio cuenta de que era un corazón. Alzó su mirada y se percató de que el órgano procedía de un gran hueco oscuro en el pecho del menor, de que sus ojos optaron por un color ambar brillante y de que se parecía demasiado a él, de hecho era él. Su semblante cambió a uno más sorprendido, y se agachó para coger el corazón, pero cuando sus dedos apenas le rozaron éste se hizo cenizas, y el niño saltó al vacío de las interminables escaleras.
Tenía miedo, se podía palpar en el ambiente, comenzaba a notar sudores fríos por todo el cuerpo y estaba tembloroso, cuando algo pesado se escuchó chocar contra el suelo, mucho más abajo de su posición, el pecho le dolió sobremanera con horribles punzadas que no eran propias de un sueño. No tuvo más remedio que acabar por subir los dos escalones que le quedaban casi a rastras, al final de la subida le envolvió una extraña calidez y frente a Tadashi se alzó una imponente puerta dorada.

- ¿Quieres entrar? - Una misteriosa voz femenina y susurrante salió del portón con bastante claridad.

- No sé qué hay alli, tengo miedo... - El moreno se agarraba el pecho con fuerza, reprimiendo algunas lágrimas que luchaban por escapar de sus ojos. La voz dejó de escucharse, pero la puerta se abrió en un fuerte estruendo, obligando al chico a hundir el rostro entre sus brazos, y entonces el silencio se hizo presente. Tadashi alzó la mirada, ahora borrosa por sus sollozos, a través de aquella puerta se divisaba una extensa pradera verde, su yo del pasado había regresado pero esta vez se veía saludable, jugando con seres extraños que portaban misteriosas máscaras anaranjadas y que bailaban a su alrededor, una de esas criaturas tocaba el violín para acompañar a la danza, aún así resultaba ser una música melancólica. El muchacho fue arrastrándose un poco más por el suelo, quería entrar a ese lugar que lo atraía tanto, a ese lugar que parecía mucho mejor que el sucio mundo en el que él solía vivir. Los habitantes de aquel paraíso giraron sus rostros hasta quedarse mirándolo, por órden del pequeño que lo apuntaba con un dedo, no se les veía expresión alguna, excepto por las máscaras sonrientes o tristes que llevaban puestas, unos incluso tenían puntiagudas orejas peludas que se movían al compás de la música. Muchos de ellos dejaron su actividad para acercarse corriendo a la puerta, el más alto extendió su mano y Tadashi hizo lo mismo, notó que tiraban de él con fuerza, cuando consiguió ponerse de pie y avanzar unos pasos, casi llegando a pisar la suave hierba verde, gritos estremecedores empezaron a escucharse por todos sitios y aquel que le había ofrecido su mano cayó al suelo con el cuerpo corrompido de un violeta enfermizo.

Él también gritó, pero desde el calor de su cama, su corazón palpitaba con fuerza y sus ojos se encontraban enrojecidos, escuchó el ritmo marcado del reloj de cuco antíguo colgado encima del escritorio y cuando consiguió darse cuenta de que aquella era su habitación ya había apartado el edredón para levantarse. Las cortinas verdes dejaban que los rayos de sol traspasaran tímidamente la tela, consiguiendo que el cuarto tuviera una iluminación casi irreal, y el olor a tostadas recién hechas le abrió el apetito. Aiko, su criada más cariñosa, era la que se encargaba de los desayunos y las cenas, así como de ordenar las habitaciones, a menudo dejaba su dulce aroma en la cama o en los muebles, Tadashi la adoraba, a veces había creído estar enamorado de ella, soñaba con su cabello bien recogido en una fina trenza negra y con sus ojos cristalinos y azules, pero a su edad cualquier cosa podía ser considerada amor. Hacía tiempo que entendió que ese cariño que le tenía era más fraternal que de otro tipo.

Abrió la puerta sin hacer mucho ruido, eran las seis de la mañana de un domingo y probablemente sus padres aún estarían durmiendo. Recorrió el pasillo sin despegarse de la pared, ya que andaba a tientas por la poca iluminación que había y llegó a las escaleras enmoquetadas, las cuales comenzó a bajar como si se tratara de un niño pequeño, siempre lo hacía así, porque es cuando estaba adormilado. En más de una ocasión ya había dado un traspiés que casi le costó unas visitas al hospital, sus padres no lo entendían, pero es que la moqueta estaba más dura de lo que aparentaba en un principio. Cuando terminó su travesía por aquellos grandes escalones se asomó a la puerta del espacioso salón, sus padres discutían como siempre, no es que se llevaran mal pero las locas ideas de su padre distaban mucho de las estrictas de su madre.

- Este libro se lo conseguí yo, ¿y tú pensabas quemarlo? ¿Sabes el tesoro que esconden estas páginas, mujer? - Objetó molesto Taichi Tanahashi. Rondaba los 50 años, pero su vitalidad era la de un adolescente. El abundante pelo que le cubría la cabeza ya mostraba los indicios de la vejez, algunas canas maduras por aqui y por allá, pero poco le importaba, solía decir que cada cana era una experiencia vivida, y se burlaba de los que intentaban ocultarlas siempre, como Oyuki.

- No le hace ningún bien, ayer lo encontré fantaseando y saltando en la cama, sabes que es malo para Tadashi, ¡pero le llenas la cabeza de absurdas leyendas urbanas! - La mujer tomó otro sorbo de su café recién hecho y lo dejó sobre la mesa de mala manera.

El hombre bufó, se llevó a la boca una crujiente tostada y se levantó de la silla con energía, sosteniendo el libro de la tapa azul. Era uno de esos momentos en los que él se ponía dramático en su actuación para convencer a su esposa, se llevó la mano al pecho y alzó el libro en el aire.- ¡No son leyendas urbanas, esto es magia, un libro es vida! Y ese chico tiene bastante más potencial de lo que crees. - Taichi se giró hacia la puerta y extendió los brazos hacia su hijo, quien ahora se acercaba a él para abrazarle con cariño.- ¿Qué quieres desayunar?

- Con tostadas y un poco de arroz me conformo. ¿Dónde está Aiko? - El joven miró hacia todos lados buscando a su criada favorita, pero más que criada le gustaba llamarle hermana mayor. Se acercó a la mesa y cogió una de las tostadas que estaban servidas en el plato, algunas con exquisita mantequilla y otras con un caro foie grass de oca.

- Se ha quedado en cama, la encontré sirviendo el desayuno pero ví que tenía la cara un poco pálida , así que le dije que se acostara hasta que se pusiera mejor. - Contestó el hombre con parsimonia, la verdad era que su padre se preocupaba por todos los de aquella casa, muy de estilo occidental para ser de Japón.

El muchacho quedó pensativo durante unos instantes, mientras saboreaba su rica tostada de foie grass, definitivamente le haría una visita para comprobar cómo estaba. Tragó lo más rápido que pudo y fue andando no muy deprisa hacia la puerta, donde su padre lo paró con un toque en el hombro.

- Toma, no te olvides de esto. - Le dirigió una sonrisa cómplice y le pasó el libro casi a escondidas de la mujer.- Por cierto, dentro de dos días vendrá tu prima pequeña de visita, espero que no os lleveis tan mal como siempre.

Tadashi asintió, le tenía cierta tirria a Margaret, su prima extranjera, nació en Japón pero cuando cumplió los dos años se fue a vivir con su madre a Londres por asuntos de negocios y problemas familiares. Le habían explicado mil veces que el mal comportamiento de la chica se debía a la ruptura de la relación de sus tíos y que debía de tener paciencia, pero a veces el chico solo tenía pensamientos siniestros cuando ella estaba cerca, le resultaba imposible de evitar.

- Lo intentaré, si me disculpas, madre. - Solo la miró de refilón, de vez en cuando le daba pena, porque sabía que a ella le dolía no entablar una conversación tan fluida como la que tenía su padre con él, aún así ambos eran muy testarudos y no daban su brazo a torcer, cosa que siempre había generado riñas de madre a hijo bastante fuertes. Cuando estuvo lejos de la vista de los mayores fue corriendo escaleras arriba de nuevo hacia la habitación de Aiko, la tercera puerta a la izquierda, al fondo del pasillo. Tuvo que parar durante unos segundos para no ahogarse y andó de forma ligera hasta su puerta, la cual golpeó dos veces para tener permiso de entrada. Nadie contestó.

- A-Aiko... - Se temió lo peor, ¿y si se había desmayado por alguna fiebre muy alta? Seguramente le habría contagiado el catarro que él tuvo dos semanas antes, pero... ¿y si le había pasado algo peor? Puso la mano sobre el pomo dorado y lo bajó hasta que la puerta cedió, dejando paso a un cuarto bastante iluminado como para que alguien enfermo durmiese. La ventana estaba abierta, pero a diferencia de la noche anterior, no había ninguna nube ni rastro alguno de viento. La joven criada se encontraba sentada en su cama con la mirada perdida hacia el cielo celeste, en su mano sostenía un bolígrafo y en la otra un pequeño cuaderno. Tadashi se acercó a ella algo extrañado. Solamente cuando estuvo justo al lado de su cama fue cuando Aiko giró la cabeza y lo miró de manera dulce.

- Buenos días, no le había oído entrar. ¿Ha desayunado? - La cariñosa criada le acarició el pelo, retirando algunos mechones que se esparcían por su frente. Tadashi maldecía en aquellos momentos su extrema facilidad para sonrojarse.

- Sí, bueno, he comido una tostada, pero papá me dijo que te encontrabas mal y he subido corriendo.

- ¿Corriendo? Vaya, es usted muy amable señorito, pero no tiene que hacer esos esfuerzos por mí. - En sus labios se dibujó una sonrisa muy dulce, que se le borró cuando comenzó a toser tapándose con el dorso de la mano.

Sí, había sido culpa suya, definitivamente le había contagiado el resfriado, por un lado se quedó más tranquilo al saber que no era algo peor, y por otro se sentía culpable de que estuviera enferma. Vio que en la mesita de noche había un vaso lleno de leche caliente, así que lo cogió con cuidado de no quemarse y se lo ofreció a la chica. Ésta agradeció en un gesto con la cabeza y se llevó el líquido a los labios. En su mirada se le veía algo que no dejaba de preocuparla, pero Tadashi no se atrevió a preguntar. Simplemente se aupó en el borde de la cama y le dio un casto beso en la mejilla.

- Tengo un regalo para usted. Sé que ahora mismo no tiene más para leer así que le cedo mi libro favorito. - El tomo lo sacó de un cajón de la mesita de noche, estaba marcado por la página 237 y se notaba que era una lectura extensa.- Debe tenerlo a escondidas de su madre, porque a diferencia de otros que ya ha leido, éste es un poco más de adultos.

Se titulaba "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo", escrito por Haruki Murakami. Tadashi había oido hablar de ese escritor unas cuantas veces, decían que solía mezclar la fantasía con la realidad, pero nunca tuvo la oportunidad de leer una de sus obras hasta ahora, tal vez se sintiera identificado con los sueños que tenía normalmente, tal vez el tal Murakami describiera con pelos y señales lo que él solía sentir e imaginar en todo momento. De pronto, el chico se sintió un poco más fuerte, y una cálida brisa de primavera llena de esperanza por conocer algo nuevo le inundó los pulmones. Pero la chillona voz de su madre interrumpió aquellos maravillosos segundos, ahora se acordaba, era domingo, y los domingos por la mañana frecuentaba el mercado de la plaza con ella, para comprar productos nuevos y exóticos que solían llegar solamente ese día. Tadashi suspiró, no le gustaba que cortaran sus conversaciones con Aiko, pero a veces era necesario para que no descubrieran sus típicas travesuras, con ella se lo pasaba bien y respiraba tranquilo, con ella le dolía menos el corazón que de costumbre. Le abrazó, deseándole que se recuperara pronto, aferró los dos libros más especiales para él entre sus brazos y salió de la habitación con intención de pasar por la suya antes de bajar.
A diferencia de como estaba antes, el pasillo ahora se encontraba más iluminado y algunas otras criadas paseaban por allí con la colada o el kit de limpieza, saludándole con una pequeña reverencia en señal de respeto. Él mantuvo oculta la obra de Murakami debajo de "Los viajes del otro yo", tenía mucho miedo de que alguna de aquellas mujeres lo vieran y se lo acabaran diciendo a su madre. Cuando por fín llegó a su cuarto y se aseguró de que su secreto no había levantado la curiosidad de las damas, abrió la puerta y corrió a esconder el ejemplar debajo del colchón, mientras que el libro de la tapa azul lo dejó cuidadósamente sobre el escritorio.

Después de varios minutos en los que Oyuki volvió a gritar su nombre de manera impaciente, salió de su cuarto vestido con unos pantalones cortos negros y un jersey del mismo color sobre una camisa blanca, con sus zapatos impecables de no gastarlos, y atravesó el pasillo hasta llegar a las escaleras. Al pie de éstas se encontraba la hermosa mujer con un vestido a media pierna, sencillo de color azul y unos zapatos de un tacón exagerado a opinión de Tadashi. El cabello se lo había recogido en un moño alto, adornado con una pequeña flor azul, regalo de su esposo largo tiempo atrás, y extendió la mano enguantada para coger la del joven.

- Vamos a comprar comida, de paso si ves algo que te guste me lo dices. - Ambos se dirigieron a la puerta principal, despidiendo con la mano a su padre que los observaba desde el interior de la casa, un poco más serio de lo normal. En opinión de Tadashi, ese día todos estaban muy raros.

Subieron al auto negro que los esperaba en la entrada, ambos estuvieron callados durante todo el camino, había un claro problema de comunicación. De vez en cuando Tadashi sentía la necesidad de romper aquella agobiante situación pero se le quitaban las ganas cuando observaba el semblante serio de su madre.
El muchacho cerró los ojos durante unos instantes que le parecieron eternos, sumiéndose en sus pensamientos y ansiando regresar a casa para ponerse a leer el nuevo libro. En ese momento el coche en el que iban chocó contra algo y viró bruscamente, a punto de arrollar a las personas que paseaban por la acera. Oyuki salió apresuradamente del coche y su hijo la siguió.

- ¡¿Qué ha pasado, Kinzo?! - El chófer bajó del coche tan rápido como escuchó su nombre, temeroso por una reprimenda de la señora. Tenía pinta de macarra, por no tener pelo y siempre llevar unas gafas de sol muy oscuras, así que resultaba extraño verlo tan nervioso. Sin embargo, a pesar de las incesantes preguntas de la mujer, encogió los hombros con ignorancia y se acercó al capó del coche, junto a ellos dos. Estaba levemente abollado, signo de que de verdad habían chocado contra algo o alguien. Tadashi miró hacia ambos lados de la carretera, las personas que se pararon a mirar mostraban miedo y expectación en el rostro, pero ninguna de ellas parecían heridas. Algo le llamó la atención en el suelo, unas marcas parecidas a huellas de animal que salían de debajo del coche, mientras su madre y Kinzo discutían él se dedicó a inspeccionar aquella pista y a agacharse para mirar si había algo bajo el auto. Lo único que encontró fue un pequeño rastro de gasolina. Tadashi se levantó y tiró del vestido de su madre, pero ésta hizo caso omiso.

- Señora Tanahashi... no sé qué ha pasado, en la carretera no había nada, y sin embargo el golpe nos lo hemos llevado. - Kinzo parecía asustado, abrió el capó del coche para ver si habían sufrido más daños, pero los demás autos que se amontonaban en una larga cola detrás de ellos comenzaron a tocar el claxón, obligando a los tres a subirse.- ¿Volvemos a casa o seguimos hacia el mercado?

- Sigue, tampoco ha sido un gran golpe, cuando volvamos intentaremos arreglarlo. - No le dio mucha más importancia a aquello, aunque Tadashi se había asustado bastante, la verdad era que no supo muy bien porqué no dijo nada acerca de lo que había visto, las huellas se secaron rápidamente, así que dudaba de que los adultos se hubieran dado cuenta.
La gente de alrededor siguió con sus asuntos, aunque algunos se quedaron observando por última vez el auto que se alejaba por la carretera.

- Fín del capítulo 3.-

lunes, 6 de febrero de 2012

Capítulo 2.

Era un intento desesperado por llegar a ser alguien, se odiaba a sí misma por tener ambiciones tan egoistas, pero a la vez amaba su forma de vida, le encantaba no querer ser un animal enjaulado, por eso llevaba tres horas cazando desde el amanecer. En el bosque aún quedaban muchas manchas infecciosas a las que hacer frente, a pesar de las recomendaciones de su madre.
Su arco liberó una brillante flecha que atravesó el lomo de una criatura infecciosa, renegados se les llamaba, porque no eran capaces de volver a su forma original debido a que la enfermedad estaba muy avanzada. Los inquilinos de cualquier zona que tuvieran suerte y no fueran infectados con la plaga se hacían llamar los exentos.
El animal bufó con dolor, pero era bastante grande como para detenerse con tal impacto, así que siguió en su empeño de perseguir a Edith, aplastando las flores y derrumbando árboles secos. Sus ojos eran de un color azulado y fantasmal y el pelaje se le había caido, no era una visión agradable, pero la chica imaginó que antes de transformarse en aquello sería un gigantesco jabalí, capaz de entenderse con la naturaleza y los seres mágicos que habitaban el bosque. Ahora, simplemente era un animal irracional.
La chica siguió corriendo hasta que las patas traseras le comenzaron a doler y optó por subirse a uno de los árboles que les rodeaban, el animal le perdió el rastro, nisiquiera era capaz de usar su olfato adecuadamente. El mamifero gruñó de tal forma que se le escapó algo de sangre entre los colmillos y Edith se tapó la nariz y la boca con un trozo de tela. Cuando volvió a mirar al renegado supo que se dirigía a las afueras del bosque y le habían dejado claro que ninguno de los infectados tenía acceso permitido fuera de esa área, por lo que se vio obligada a seguirle mientras saltaba de árbol en árbol con un equilibrio más que felino, se adelantó a él y sacó una cuerda de su zurrón raído, ya iba siendo hora de acabar el juego. Y así lo hizo. En cuanto el jabalí llegó hasta donde ella se encontraba le echó el lazo al cuello e hizo que su cabeza girara en dirección al interior del bosque, el gran cerdo se asustó y quemó las manos de Edith con el trozo de cuerda, pero consiguió su objetivo, llevarlo hasta la trampa que una hora antes había preparado.
De un momento a otro, se precipitó al vacío, llevándose la cuerda consigo. La chica zorro se asomó y clavó sus ojos en los del animal, de un azul tan vacío que le provocaron una sensación espeluznante, tensó su arco y en el momento en el que disparó la flecha, le deseó buen viaje al infectado.


- ¡Brindemos por este día tan glorioso, nuestra cazadora favorita le ha arrebatado la vida a nada menos que a cuatro infectados! - Valrik, el jefe de la aldea, alzó la copa para chocarla con los que se encontraban en la posada, abrazaba a Edith con alegría y no dejaba de repetirle lo orgulloso que estaba de ella, se notaba que aquel licor extraño que nunca le gustó a la muchacha se le estaba subiendo a la cabeza. Parecía mentira que un personaje como él, que siempre se mantenía en sus cabales sucumbiera ahora al poder de ese brevaje. Sus rasgos zorrunos siempre solían ser duros, tenía las orejas bastante más erguidas que las de los demás y su pelaje despedía un tono cobrizo oscuro bastante llamativo, por eso y por su valor había sido elegido años atrás como el lider de la manada.

La comida transcurrió sin ningún incidente, incluso el Maestro había hecho acto de presencia en la posada, y eso fue suficiente para que Edith se animara. Una vez finalizado el banquete, los aldeanos se dirigieron al centro del pueblo, donde el gran cristal de brillante color verde se alzaba imponente en una columna de madera. El lider del pueblo y el chamán se encargaban de que aquel tesoro estuviera en buenas condiciones, también grababan leyendas de los antiguos héroes y sus hazañas protegiendo a la región. La joven Edith soñaba algún día con ser recordada de igual manera.

Una vez se aglomeraron alrededor de la hermosa piedra jade, algunos comenzaron a tocar instrumentos de cuerda y percusión, y los demás se centraron en bailar animádamente, al ritmo de la melodía. ¿Tanto se alegraban de arrebatarle la vida a otros seres? La respuesta había sido siempre afirmativa, Edith se apartó un momento del baile, sentándose en un tronco derrumbado para pensar sobre aquello, supuso que los renegados no podían considerarse ya seres vivos, pero aún así...

- ¿Qué hace mi querida alumna aqui, triste y sola?- La chica alzó la mirada y vio a un Shem bastante más sonriente de lo normal, aquella sonrisa se le contagió de forma tonta.- Te he traido un poco de cerveza Astra, es dulce así que creo que te gustará.

Ella cogió la jarra de madera y le echó un vistazo, aquel era el brevaje que los volvía a todos idiotas, de un color rojizo intenso y algo de espuma por encima, lo olisqueó y puso una mueca de desagrado, a lo que el siamés le acercó el contenido a los labios para que lo probara, y así lo hizo. Después de un par de sorbos la chica se relamió satisfecha por el sabor.

- Es cierto, creía que sabría peor... - Se dispuso a beber un poco más pero miró antes a su maestro.- Ayer me dijo que me daría un regalo... ¿se refería a esto?

- No, debes ser paciente, hasta que el sol se oculte... Y entonces vendrás a visitarme. - Aquello lo dijo con un tono de voz que Edith no consiguió descifrar, lo único que logró con aquello fue hacerla sonrojar levemente. Él se levantó, acariciándole la cabeza para despedirse y dedicándole una última sonrisa, cuando finalmente se alejó, Edith supo que no lo vería más durante lo que quedaba de celebración.

El día finalizó para dejar paso a una noche radiantemente estrellada, la aldea entera se iluminó con los fogones del hogar y el brillo de la piedra sagrada. Edith había bailado tanto que le dolían las patas y el estómago le daba vuelcos por la cantidad de comida y Astra que había tomado. Pero era su día, nadie podía obligarle a no excederse en lo que quisiera. Moswen se fue hace horas con una chica que conoció nada más comenzar la fiesta a no se sabe dónde, y su madre charlaba animadamente con Valrik y sus compañeros, sin duda, todos se lo estaban pasando mejor que en mucho tiempo y se olvidaban de sus preocupaciones diarias. Pero ella ya se cansó de tantos abrazos y sonrisas de felicitación, así que se escabuyó como pudo del agarre de sus amigos y se metió entre las pequeñas casitas hasta llegar casi a las afueras del pueblo, donde se encontraba el hogar de Shem , un poco más elevado que el resto de los edificios. Como se esperaba, las luces estaban encendidas y el humo de la pequeña chimenea llenaba el aire, Edith intentaba esquivar a los insectos que se encontraban en el cesped y observaba cautivada a las numerosas luciérnagas que flotaban alrededor de las enredaderas de la pared. No sabía del todo bien porqué, pero de pronto se encontraba nerviosa y sentía unos extraños pinchazos en la tripa, respiró hondo un par de veces y después llamó a la puerta de madera.
Esperó unos instantes más de lo normal hasta que el azulado siamés le abrió, un fuerte aroma a té de hierbas se escapó de la casa hasta inundar los sentidos de la joven.

- Pasa, te estaba esperando.- La dejó entrar antes que él y después de cerrar se dirigió a la mesa donde se encontraba el conejo, sacó del bolsillo un trozo de verdura y se la ofreció sin mucho ánimo.

- Se le ve algo mejor, las manchas le están desapareciendo, ¿le ha puesto nombre?- Edith se agachó un poco y le sacó la lengua al animal, éste la miró con sus ojos vacíos y movió las orejas levemente.

- No, en realidad solo lo tengo para estudiarlo, no pretendía buscar un nombre con el que atarle de forma cariñosa. Pero si quieres puedes ponérselo tú, estoy seguro de que le gustará si viene de ti.- Shem le acarició de nuevo la cabeza como si fuera una niña pequeña y esperó a que ella se decidiera por un nombre adecuado para el conejo, cuando la chica zorro se quedaba pensativa no se le debía molestar demasiado, así que guardó silencio, haciendo que solo se escuchara el crepitar de las llamas.

- Priam, se llamará Priam, es un nombre acorde con sus circunstancias, ¿le gusta, Maestro?- Ella se giró con una sonrisa de oreja a oreja, muy satisfecha de haber bautizado a la enfermiza mascota.

El siamés asintió con la cabeza, a veces se preguntaba cómo se podía alguien mostrar tan superior por poner nombre a un animal, pero su sonrisa no desapareció en ningún momento. Edith pudo ver cómo cojeaba de la pata izquierda cuando él se alejó para coger algo de su chaqueta colgada en la entrada, recordó el incidente del día anterior y frunció un poco el ceño, preocupada por su salud. Esos viajes que Shem hacía no debían ser buenos.
Todo eso se le borró de la mente cuando alzó la mirada de nuevo y lo vio con un extraño objeto en las manos, con aspecto rectangular, de color negro y una especie de ojo brillante en el centro, se lo ofreció para que lo cogiera pero la chica no se fiaba de lo que no conocía, así que se mantuvo dudosa durante un momento.

- ¿Sabes lo que es? A este objeto se le llama "cámara". Es un regalo, por haber cumplido bien con tu trabajo.- La vio negar con la cabeza y se la puso en las manos lentamente.- No te preocupes, es humana pero está desinfectada, la encontré en el cadáver de un renegado.

- ¡No la quiero!- Exclamó mientras se sacudía las manos con algo de asco e ignorando lo que había dicho Shem, seguramente ya habría cogido algún tipo de infección.- Si ha salido de uno de los monstruos no puede ser bueno...

- Escucha cuando te hablan Edith, hace tiempo descubrí una sustancia licuosa que permeabilizaba cualquier cosa contra la infección.- Hizo una pausa para agacharse y coger la cámara del suelo.- El problema es que todavía no está lo suficientemente perfeccionada como para usarla con seres vivos, por eso estudio a Priam, ¿entiendes? Las manchas de su piel son a causa de ese líquido. Pero esta cámara está curada, no tienes nada que temer, ¿acaso yo haría algo que te pusiera en peligro?

La pelirroja volvió a sostener entre sus manos el regalo de su maestro, con más confianza que antes. Shem tenía razón, había sido una idiota por desconfiar de él. Le fueron apareciendo muchas preguntas en la cabeza, cada cual más alocada que la anterior, quería ver cómo era el nuevo descubrimiento que evitaba cualquier signo de enfermedad en los objetos, pero nunca enseñaba sus experimentos, así que tendría que quedarse con la duda una vez más.

- ¿Cómo funciona?- Edith se colgó la cámara del cuello por la cuerdecita que le sobresalía de un extremo y la palpó con los dedos cuidadosamente, sin presionar los botones por miedo a que sucediera algo.

- Es una máquina para atrapar recuerdos, si hay algo que ves y que te gusta, la enciendes y le das al botón grande, esto hará que la imagen quede grabada en la cámara durante todo el tiempo que quieras.

Ella abrió sus amarillentos ojos bastante sorprendida e hizo una demostración encendiendo su nueva adquisición y fotografiando a Priam, el objeto comenzó a hacer ruidos extraños y Edith se sobresaltó, por debajo tenía una pequeña ranura por donde salió un trozo de papel acartonado y en blanco, ¿eso era todo? ¿Dónde estaba su recuerdo?

- Gracias, lo guardaré con mucho cariño, ¡es mi primer obsequio humano!- Aquello lo dijo bastante animada pero en su voz se podía notar un deje de decepción por no haber conseguido su foto, aunque el papel en blanco se lo guardó en el zurrón, tal vez le serviría de algo más tarde.

De pronto, el ambiente se enrareció y Priam comenzó a gimotear de una forma extraña y dolorosa, Shem y ella le miraron, observando que su pelaje grisáceo se caía por momentos y se avalanzaba sobre los barrotes de la jaula para intentar atacar a Edith. Ésta, como por acto reflejo, retrocedió unos pasos y notó que algo puntiagudo le rasgaba una de las patas, le dolió bastante y sintió que las pequeñas gotas de sangre fluían hasta salir por la herida y manchar el suelo. Miró hacia abajo y un fuerte haz de luz azulado salió del objeto punzante con el que había tropezado. Lo recordaba, era aquella extraña esfera de metal dorado que aparecía en los informes del Maestro, pero estaba abierta, y por lo tanto, sus esquinas resultaban ser cortantes. Ella notó un fuerte dolor en todo el cuerpo y dirigió su mirada a Shem, que intentaba acercarse como podía para ayudarla a salir de aquella brillante magia.

- ¡¡Edith, avanza despacio!!- El siamés alargó su brazo para alcanzar la mano de su alumna, cerró los ojos un momento para evitar cegarse más de lo debido y sintió cómo rozaba los dedos de la chica, después... silencio.- ¡¿Edith?!- Abrió sus verdosos orbes y echó un rápido vistazo a la habitación, inmediatamente sus sospechas se confirmaron, su joven y querida aprendiz ya no estaba y aquella luz había desaparecido.

En el momento en que la joven chocó contra suelo embarrado y las gotas de lluvia caían sobre su pelaje supo que algo no estaba bien. Miró a su alrededor y metió la cámara rápidamente bajo su chaleco. Estaba sola, perdida, sin nadie que la pudiese ayudar y aquel ya no era el mundo que conocía.

- Fín del capítulo 2.-

sábado, 28 de enero de 2012

Capítulo 1.


Entrenada para matar a cada uno de los enemigos que surcaran los cielos y la suave tierra de su mundo, Edith siempre dibujaba una sonrisa en su rostro mientras aniquilaba a aquellos monstruosos seres. Lo hacía por el bien de su gente, por el bien de su mundo o al menos eso es lo que le decían. La chica zorro ganaba unas cuantas monedas de plata como recompensa por su duro esfuerzo, pero a ella lo que le llenaba de verdad era el agradecimiento del pueblo pues le encantaba que los demás le dieran su aprobación. Su hermano mayor le contó la primera vez que se enfrentó a ellos que aquella plaga apareció una noche de invierno en la que el mundo de los humanos y su mundo se quebró formando una débil grieta, la cual permitió entrar a todas las cosas malas venidas del espíritu de las gentes del otro lado, y como resultado, todo lo que tocaban era infectado.
Como era de esperar, Edith no le dio mucha importancia a aquello, su hermano siempre solía exagerar con esas cosas, pero el día en el que se graduó como cazadora de nivel medio la llevaron  hasta Raoul, el más anciano y sabio del pueblo, y éste mediante visiones y delirios le confirmó la verdad de aquella historia.

 - Jamás subestimes el poder de los humanos. - Dijo el anciano lobo mientras el fuego crepitaba frente a él. - Ellos no lo saben pero en su interior guardan algo peligroso que no debe ser sacado a la luz.

El pelaje rojizo de la joven se erizaba al pensar en aquello, cierto era que desde tiempos remotos el ser humano siempre había sido un problema, pero jamás imaginó que el mundo que ella conocía podía sumirse en el caos a causa de las acciones bárbaras de las personas. Fue entonces cuando decidió visitar a su Maestro, el que le había enseñado a ser quien era, el que era reconocido por los habitantes de muchas aldeas de la región. Desde el principio había sido una inspiración para la chica, tanto resultaba ser que la joven zorro soñaba alcanzar la fama que una vez consiguió aquel majestuoso extranjero, cuyo nombre era Shem.
Su historia era bastante hablada por los habitantes de Cexmis, se decía que el Maestro había viajado unas cuantas veces al mundo de los humanos y que había visto cosas que nadie imaginaría. Algunos no se fiaban de él y otros lo veneraban hasta el punto de ir a llevarle ofrendas a su hogar. Ciertamente era que Shem no se comportaba como los demás, casi siempre permanecía ausente de todo evitando así el contacto con los habitantes de la aldea, incluso a veces se hallaba en paradero desconocido durante varios días y solamente se dejaba ver para salir a comprar utensilios extraños. La única que era capaz de verle casi todas las jornadas era Edith.

Cuando la chica llegó ante los pequeños escalones de la casa de su maestro, la puerta se abrió lentamente dejando paso a una habitación oscura con una mesa de madera en el centro, únicamente iluminada por la tenue luz de una vela casi consumida. Las cortinas del ventanal se encontraban corridas por lo que el sol no podía penetrar en la estancia y el suelo estaba lleno de hojas arrugadas y apuntes con la caligrafía propia de un estudioso. En una jaula se encontraba el pequeño conejo gris que el maestro Shem supuestamente recogió del mundo de los humanos para estudiar su comportamiento. El animal presentaba extrañas deformaciones en su peludo cuerpo, incluso una de sus patas traseras no era muy común para un lagomorfo, el Maestro le dijo que se debía al contacto con la maldad humana y se empeñaba en encontrar un remedio para ello.
La casa tenía dos plantas así que la chica subió lentamente las escaleras de mano hasta llegar al cuarto de Shem, el cual siempre olía a libro antiguo, pero tampoco se encontraba allí. Recogió los papeles esparcidos por el suelo y se fijó en uno en particular, parecía una lista de instrucciones para utilizar un extraño artefacto dibujado en la parte inferior del folio, con forma esférica y de un metal desconocido, le resultaba bastante familiar.
De pronto escuchó un fuerte estruendo en el tejado de la casa y segundos después algo que se desplomaba en la entrada de forma brusca. Edith bajó las escaleras tan rápido como pudo y cuando estuvo a la altura de la puerta ésta se abrió lentamente dejando ver a un Shem bastante andrajoso y descuidado. Su ropa sufría indicios de haber salido ardiendo por lo que desprendía una sútil nube de humo a su alrededor. La chica le ayudó a entrar mientras le quitaba la larga chaqueta humeante y la colgaba en el quicio del ventanal.

 -Tendrías que estar cazando y no aqui, a las puertas de mi hogar.- Su voz sonaba un tanto débil y ronca, parecía que había salido de un campo de batalla por lo que Edith lo ayudó a subir a su habitación y quitarse las ropas restantes que también estaban quemadas.

La joven guardó silencio, fue él quien le dijo el día anterior que le visitara para entrenar y después acabar tomando una buena cena, pero ella nunca era capaz de replicarle por lo que se mantuvo sin decir nada mientras le iba quitando el jubón traslúcido. Cuando el Maestro salia de viaje siempre solía llevar un extraño casco de acero que ocupaba toda su cabeza para mantener su identidad, así fue cómo él se presentó ante el pueblo el día que llegó y  mantenia la costumbre desde siempre. Llevó sus manos, las cuales estaban enguantadas por una gruesa tela marrón que las protegia de todo tipo de agresiones, a su casco y fue quitándoselo poco a poco dejando ver un pelaje azulado y unas orejas puntiagudas propias de un siamés, nunca dijo de qué pueblo procedía pero Edith opinaba que alli debían ser todos muy hermosos.

 - Maestro Shem, quería preguntarle algo... - Hizo una pausa mientras colocaba el casco encima de una de las sillas de madera.- La próxima vez que usted vaya allí fuera... ¿podría acompañarle?

 - Es demasiado peligroso, ya ves cómo he acabado hoy. Mañana seguiremos tu entrenamiento.
                                                                                                                                                                      

Ella agachó la mirada, a veces Shem podía llegar a ser bastante frío y profesional y eso hería su orgullo, ¿qué es lo que pasaba por su mente en aquellos instantes? Edith se mordió la lengua hasta el punto de hacerse daño, eran muchas las veces que sentía la necesidad de echarle cosas en cara a su maestro, resultaba ser demasiado obstinada como para entender que no estaba en posición de replicar ni una palabra, pero siempre tenía que permanecer callada y sumisa. Su hermano se reía de ella cada vez que llegaba a casa, porque le restregaba una y otra vez que el elegante siamés era el único que podía domesticarla. Pero a ella nadie la domesticaba y eso lo tenía muy claro, en cuanto acabara su entrenamiento dejaría su hogar para vivir aventuras.

 - Creo que no necesito más formación, soy lo bastante buena como para... - Las palabras quedaron suspendidas en el aire cuando Shem alzó su mullida mano para hacerla callar, con semblante serio.

 - Para llegar a ser algo en un futuro lo primero que debes aprender es humildad, joven alumna. Si no antepones la humildad ante todo, al final no serás nada, y hasta una mota de polvo se alzará más imponente a tu lado. - Dicho esto, pupila y maestro se despidieron sin decir nada. La chica dirigió sus pasos hacia la entrada y cuando bajó los frios y duros escalones, Shem la paró con su apaciguada voz.- Ven mañana, al anochecer te daré un regalo, pero me gustaría que mantuvieras el secreto de tu visita.

El viento meció el cabello rojizo de su alumna, dejando que su aroma inundara la habitación antes de cerrar la puerta, y cuando lo hizo, se sintió vacía, tal vez decepcionada. Las lágrimas amenazaban por asomar en sus ojos, odiaba que las palabras de aquel extranjero le afectaran más que las de todos los habitantes de la aldea, buscaba su aprobación y pocas veces la obtenía. Cuando se quiso dar cuenta el cielo ya había oscurecido y tuvo que regresar a casa.
Ignoró los molestos comentarios de su hermano mayor y apenas probó bocado de la cena. Fue cuando se encerró en su habitación que su madre llamó a la puerta, pidiendo permiso para entrar y abriéndola despacio.

 - ¿Estás bien? Pareces molesta y cansada. - Su tono de voz mostraba preocupación y cuando se sentó en el borde de la cama de su hija, le acarició la cabeza con cariño.-  Shem te ha vuelto a decir algo que no te ha gustado ¿verdad?

¿Cómo era posible que le leyera el pensamiento de esa forma? La joven supuso que era por el instinto maternal que solían tener las madres. De pronto, sintió envidia de su fortaleza y sabiduría, si no podía llegar a ser como su maestro al menos intentaría parecerse a ella. Aunque siempre pensó que tener hijos era una tonteria. No quería permanecer encerrada en una casa al cargo de una familia a la que mantener, tenía sus metas y sus sueños. Y entonces se preguntó porqué su madre había rechazado tener una vida interesante.

 - Cuando papá vivía ¿se olvidaba de ti? - Edith miró hacia la ventana, evitando contacto visual con la mujer.- Era muy reconocido en la aldea, al igual que los padres de algunas de mis amigas. Me gustaría enamorarme de alguien importante, pero que a la vez tenga tiempo para sostener mi mano y bailar conmigo. Quiero ser yo la que esté ocupada fuera de casa.

 - Es cierto que siempre tenía poco tiempo, pero cuando lo tenía lo aprovechaba al máximo, piensa en él como el héroe y padre que fue, en todas las cosas que te dio. - La mujer suspiró.- Salir de casa está bien, pero tener a alguien que atesorar es mejor aún. Su deber era defender a la aldea, el mío protegeros a tí y a tu hermano y créeme, para eso hace falta algo más que ser reconocido. - Su madre se levantó con la intención de dar fin a la conversación.- Tu padre nos quería mucho a todos. - Y tal como apareció se desvaneció de la habitación de Edith en un suspiro, cerrando la puerta para que la luz no molestara a su hija cuando durmiese, si es que lo hacía. En ese último instante en que la joven miró a los ojos de su madre supo inmeditamente que había mentido.


-Fín del capitulo 1.-

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